Un partido vale una misa en París


Los alemanes tomaban París y tú vestías de azul. En este caso de verdiblanco. En la mítica ‘Casablanca’ unos pocos planos evocan una bella historia de amor, lo mismo les sucederá a muchos racinguistas cuando vean en cualquier lugar una fotografía de la Torre Eiffel o cualquier otra estampa parisina.

Todavía resuena en mi cabeza la voz rota (me imagino que por el frío y el alcohol) de un joven aficionado cántabro que gritó cerca de mi oreja izquierda unas mil quinientas veces durante el encuentro: «¡Vamos Racing, por toda esta gente. Tienes que ganar!». Normalmente, veo el fútbol en absoluta tranquilidad, casi en silencio solemne, pero en esta visita a París, mezclado en la marabunta verde de seguidores, el partido me emocionó especialmente, algo que ayudó a soportar el machacón: «¡Vamos Racing, por toda esta gente!», que incluso suena ahora en los recuerdos como si fuera música celestial.

Fue un partidazo, con un poco de todo eso de lo que hablaba Nick Hornby para que un encuentro sea memorable: remontada, cánticos, goles, etc. París bien valió una misa en su día a Enrique IV, y por tanto, también fueron recompensados los 2.000 kilómetros de nada, en apenas dos días. Faltó derrotar a estos modernos Cien Mil Hijos de San Luis y mantener el liberalismo futbolístico.


El Parque de los Príncipes, histórico estadio de trágico recuerdo deportivo para España, es precioso, aunque estuviéramos dentro de una red como sardinas santanderinas. La afición del PSG me dejó alucinado con sus cánticos. Parecía que acudían al campo a ensayar tres veces por semana, tal vez fueran una coral en vez de un grupo ultra. Toda su rebosante grada de radicales se movía al compás en una perfecta ejecución como si fuera la ceremonia inaugural de unos Juegos Olímpicos. Mientras, los cántabros cantaban abajo ‘La Fuente de Cacho’ y arriba otra tonada en un popurrí muy español, cada uno por su lado y a su aire, con la consiguiente algarabía de gritos y cánticos indescifrables.


Un jovencísimo aficionado del Racing ofrecía a sus vecinos bombones Ferrero Rocher mientras aseveraba: «Es más fácil robar en Francia que en el Lupa». Era el mismo que venía equipado como un Geyperman Ultrasur con su bengala de combate. Menos mal que le comentamos ‘amablemente’ que ni se le ocurriera encender ese chisme allí, sobre todo porque había unos cuantos niños alrededor. La bengala terminó prendiéndose, unos metros más allá y por otro individuo del mismo pelaje. Fue admirable la reacción de todos los aficionados cántabros que al unísono les gritaron: «¡Fuera, Fuera!». Dos gendarmes se acercaron a la zona y más o menos disiparon el humo y las llamaradas rojas. No es que estos chavales sean mala gente, y animan con el corazón, pero no es extraño que terminen metidos en líos… Seguro que aquellos inconscientes que mataron a un niño en el campo del Espanyol con una bengala, nunca pensaron que algo así pudiera suceder. Estoy convencido de que cuando cantaban dando la nota en el feo metro parisino o hacían cortes de mangas a los hinchas rivales protegidos por la distancia nunca meditaron que al rato se podrían llevar una buena somanta de palos. Seguro que cuando portan banderas ofensivas ni se imaginan que al final cabe la posibilidad de terminar durmiendo en una gendarmería… En general, el comportamiento de los cántabros fue ejemplar, pero esta gente no se da cuenta de que deja en ridículo a su pueblo de origen robando o metiéndose en una pelea. Sin dudarlo un minuto, la única vez que he sentido vergüenza de ser racinguista en mi vida fue el año de la Fiesta del cocido en Salamanca, en la que gran parte de los seguidores verdiblancos arrasaron como los hunos la noche salmantina… Un grupo de lerdos pintaron el nombre de su peña en las paredes de una monumental iglesia. Hasta el alcalde de Santander tuvo que pedir perdón y no sé si hasta pagar la reparación de aquel estropicio. Sin comentarios.



Pero volvamos a París. Si hay una ciudad europea que trae buenos recuerdos a los racinguistas, esa es la capital francesa. Y por un doble motivo, además de aquel partido épico de la Copa de la UEFA de 2008, allí también disputó el equipo santanderino el Torneo Internacional de 1931. El Racing se convirtió en el primer equipo de fútbol en representar a España en una competición internacional, si bien de carácter amistoso. Era el Torneo Internacional de París, que enfrentó entre el 6 y el 14 de junio de 1931 a los mejores clubes de Europa durante la Exposición Colonial que se desarrolló en la capital francesa. El representante español debía ser el Athletic, pero los vascos se vieron obligados a renunciar, al coincidir las fechas con las semifinales de Copa, por lo que su plaza fue adjudicada al equipo entrenado por Firth Nottingham en su condición de subcampeón. Por una vez, la fea costumbre racinguista de caer a la primera en el torneo del K.O. le iba a dar una inesperada alegría al Racing.

Esta misma situación se reprodujo en otros países, con lo que la cita parisina reunió a tantos campeones como a subcampeones, además de un Racing de París que participó como anfitrión junto al campeón galo y cuya presencia obligó a los verdiblancos a adaptar su nombre para evitar confusiones. En realidad, el cambio le llegó impuesto, puesto que la organización decidió inscribirle con otro nombre sin consultar a nadie. Wolverhampton (Inglaterra), First de Viena (Austria), Antwerp (Bélgica), Urania de Ginebra (Suiza), Slavia de Praga (Checoslovaquia), Club Francés (Francia), el Racing Club de París como organizador y el ‘U.S. Santander’ como representante de la República Española fueron finalmente los equipos presentes. Fue la primera ocasión en la que sonó el Himno de Riego y se ondeó la bandera tricolor como símbolos oficiales de España fuera de sus fronteras.

Los cántabros no pudieron tener mejor debut, pese a que partían como comparsas al corresponderles en la primera ronda el gran favorito. El Racing dio la sorpresa al derrotar al Wolverhampton, todo un grande de la época. Aunque no llegaba con el título de campeón inglés de ese año, era el paladín del idealizado fútbol británico. En los primeros minutos, sobre un césped algo embarrado, los británicos se lanzaron al ataque en medio de la lluvia para sentenciar cuanto antes a un Racing, al principio, desbordado. Cuando llegó un penalti a favor de los ingleses, emergió la figura de Solá. El portero racinguista despejó a córner el lanzamiento de la pena máxima y el partido cambió radicalmente a partir de ese lance. No en vano, la actuación del guardameta catalán iba a resultar decisiva en la victoria. No se había cumplido la media hora cuando Larrínaga consigió el primer gol cántabro y poco después Óscar Rodríguez marcó el 2–0, resultado con el que se llegó al descanso.

En la segunda parte, Bottril acortó distancias para los ingleses, pero a falta de sólo cinco minutos para el final una mano de Lowton en el área provocó otro penalti. Baragaño no perdonó y el Racing sentenció el partido. El 3-1 conseguido por el club santanderino constituyó poco menos que un cataclismo para los grandes favoritos, los representantes del campeonato reconocido entonces, sin ningún matiz, como el más importante del mundo.

Unos 15.000 espectadores, según el diario L'Auto, aunque la mayor parte de las fuentes coinciden en cifrarlos en aproximadamente 10.000, siguieron en directo el partido aquel 7 de junio en el Estadio de la Exposición. Tras eliminar a los ingleses, el Racing, convertido ya en favorito, se enfrentó en semifinales al Slavia de Praga. Sin embargo, los cántabros no consiguieron contrarrestar el fútbol brusco de los checoslovacos, que se aprovecharon de lo permisivo del árbitro, ni la fortaleza física en la que estaba basado su juego. El Racing protagonizó la segunda sorpresa del torneo, ésta negativa, al caer eliminado.

En la primera parte, el Slavia fue muy superior y llegó al descanso con 3-1. Después de los 90 minutos el resultado final fue de 5-1. El corresponsal del ABC en París explicaba el abultado resultado por «la baja de Ceballos a los tres minutos de empezar el juego, quien se retiró del campo víctima de su codicia a causa de un encontronazo; el juego sucio de los checos, sistemáticamente exhibido como resultante de un designio o del temperamento; y el trasiego, dando entrada a Mendaro en la pista para suceder a Larrinoa». Con la derrota del Racing, que se embolsó 27.000 pesetas por participar y superar la primera eliminatoria, se desvanecieron las esperanzas de obtener el primer torneo europeo para un club español, aunque no tuviera oficialidad. El vencedor final fue el Urania de Ginebra, que tras eliminar al Racing de París y al First de Viena derrotó en la final al Slavia, verdugo racinguista, por 2-1.


Los futbolistas del Racing aprovecharon esos días en la capital francesa para conocer París. En una de las salidas, el portero Cristóbal Solá, que se había declarado experto conocedor de la ciudad, metió a todos sus compañeros en el metro y les perdió. Tuvieron que repartirse en taxis para poder llegar a tiempo al partido ante los ingleses. Asustados por la cantidad que marcaba el taxímetro se bajaron del vehículo e hicieron el último tramo corriendo hasta el estadio... ¡Menos mal que ganaron a los ingleses y que el ‘experto guía’ Solá tuvo una actuación excelente!


El 27 de noviembre de 2008 el Racing regresó a París, pero en competición oficial. Se calcula que unos 3.000 cántabros acompañaron al equipo, algunos en autobús y otros en vehículos particulares. Era la culminación del sueño racinguista en un estadio como el Parque de los Príncipes. Una ‘quedada’ previa en los alrededores de la Torre Eiffel pintó de verdiblanco esa zona de la capital gala. Con un ambiente festivo, la afición acudió emocionada al estadio. En el minuto cuatro, tras un regalo inexplicable del parisino Lacen (que debió de equivocar los colores que defendía), Kezman puso las cosas complicadas a los cántabros. A la media hora de partido, Luyindula amplió la renta para el PSG. El Racing recortó distancias en el 38 con un gol de Traoré en propia meta tras una falta botada por Pedro Munitis. Con el 2-1 en el marcador, un golazo de Gonzalo Colsa en el minuto 10 de la segunda parte llevó al éxtasis a los racinguistas. El centrocampista colocó el balón en la escuadra tras un fuerte derechazo sin que Landreau pudiera hacer nada.

El Racing tuvo incluso ocasiones para haber ganado el encuentro. Era el sueño europeo que siempre anheló la afición montañesa. Un sueño que estropeó un entrenador mediocre, que no entendía lo que significaba la presencia del Racing en la Copa de la UEFA. Juan Ramón López Muñiz dejó claro desde el principio de la temporada que la competición europea no le importaba. «No es una prioridad», declaró para cabreo de toda la afición cántabra. Y no bromeaba. Con un poco más de interés del técnico y algo de suerte se pudo haber pasado a la siguiente fase.

Si comenzaba recordando a Ilsa y Rick en Casablanca, habrá que terminar de igual forma: «Siempre nos quedará París. No lo teníamos. Lo habíamos perdido hasta que viniste…».

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